La espectadora y el deseo / The Spectator and Desire

La espectadora y el deseo / The Spectator and Desire : Gloss

ENTRAN MILES DE MARIPOSAS BLANCAS Y LO CUBREN TODO.
DURANTE UNOS MINUTOS, SÓLO SE ESCUCHA EL BATIR DE LAS ALAS.
(The Day was Truly Chilean, Andrés Kalawski, 2010)

¿Qué ve la espectadora cuando no ve nada?

¿Qué ve la espectadora cuando ve
lo
absoluto?

Años, muchos años atrás, décadas, un niño, pequeño, sin habla, radiante, con chapes y pintarrajeado con lápiz labial y sombra de ojos celeste: una muñeca, una niña feliz. Y yo, espectadora a la que se ofrece esta identidad más contundente que la supuesta realidad que intenta borrar.

Una performance cotidiana y mínima. La distancia entre quien se da a ver y, yo, que veo, se diluye. Para el niño, la escena es gozosa; para mí, resulta algo obscena, porque no hay actor con conciencia de construir su alteridad. Miro, como mira la voyerista a través de un agujerito, sólo que no hay pared que nos separe y la intensidad de la representación me arrastra al centro de esa fantasía vital. La realidad queda más allá.

¿Y si el teatro atravesará a la espectadora como un chiflón? ¿Si la engullera?

Estar dentro. Rodeada por una ciudad invisible. Escoja su ciudad favorita; la mía es Zenobia. Sumérjase en ella, recórrala, encuentre su gente, los monstruos ocultos, converse con ellos, obsérvelos en su cotidianeidad de papel. Conviértase en uno de ellos.

Sentir el paso del tiempo como una brisa suave. Envejecer en segundos. Presenciar la historia de la humanidad en algunos minutos. O la catástrofe de un imperio. O la ruina de un individuo. O la irrupción contundente de la anagnórisis. O sentir el microscópico desarrollo progresivo del llanto, de la pena, del dolor.

Una espectadora en el escenario, sometida al influjo del entorno; la química corporal alterada por la maceración del tiempo, por el influjo del espacio, por la presencia de otros cuerpos.

Y si, al final, ¿la espectadora se transforma en mariposa?


THOUSANDS OF WHITE BUTTERFLIES ARRIVE AND COVER EVERYTHING.
FOR A FEW MINUTES ALL YOU CAN HEAR IS THE BEATING OF THEIR WINGS.
(The Day Was Truly Chilean, Andrés Kalawski, 2010.)

What does the spectator see when she sees nothing?

What does the spectator see when she sees
the
absolute?

Years and years ago, a boy, little, not yet speaking, radiant, with braids, painted lips, and sky-blue eye shadow: a doll, a happy little girl. And I, the spectator, was offered this identity more convincing than the supposed reality it sought to erase.

An everyday and minimal performance. The distance between this presentation of self and me– the one who sees– is diluted. For the boy, the scene is enjoyable; for me, it is something obscene, because I see no actor consciously constructing his otherness. I watch, as a voyeur watches through a little hole – only there is no wall that separates us, and the intensity of the performance pulls me toward the center of this lively fantasy. Reality lies elsewhere.

And if the theatre goes through the spectator like a draught of air? If it devours her?

To be inside. Surrounded by an invisible city. Choose your favorite one; mine is Zenobia. Submerge yourself in it, run through it, meet its people, its hidden monsters, converse with them, observe them in their daily lives. Turn into one of them.

To feel the passage of time like a gentle breeze. To age in seconds. To be present for humanity’s history in just a few minutes. Or an empire’s catastrophe. Or an individual’s ruin. Or the overwhelming irruption of anagnorisis. Or to feel the progressive microscopic development of a sob, of sorrow, of sadness.

A spectator on the stage, submitting herself to the environment’s influence; corporeal chemistry altered by the maceration of time, by the influence of space, by the presence of other bodies.

And if, at the end, the spectator transforms into a butterfly?


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