Dice Leonart.
Un teatro como un país. Un teatro de carne. De obscena diversidad. Un teatro que nos mirara. Cochinamente. Un teatro cara de raja. Un teatro con la urgencia del presente. Un teatro necesario.
Leonart desea un teatro que es un cuerpo, apasionado, excesivo, luminoso, desfachatado –insolente, incluso–, nostálgico, infinito, poderoso, consciente de sus flaquezas y debilidades. Quiere un individuo que nos mira, que nos devuelve la mirada, una mirada que nos devela. Cómo nos miran quienes nos conocen en lo profundo, cual madre, matria; ¿unx mismx?
Es un teatro de Orson Welles; ese de La Dama de Shanghai; de la sala de los espejos donde se devela quién es el asesino. Un teatro que tiene la escala de la persona y de la multitud y, mientras nos refleja, también nos envuelve. ¿Qué significa este teatro compadre de palmadita en la espalda, cómplice? Sabemos del teatro espacio, del teatro lugar, del teatro concepto, del teatro medio, pero este teatro individuo es inédito. Uno que no sólo emociona, sino que se emociona. Un teatro que podría salir a la calle y poner su cuerpo preñado de presente y a punto de parir un futuro nuevo y urgente.
Leonart says.
A theatre like a country. A theatre of flesh. Of obscene diversity. A theatre that would look at us. Crudely. A dickhead’s theatre. A theatre with all the urgency of the present. A necessary theatre.
Leonart desires a theatre that is a body, impassioned, excessive, luminous, shameless—even insolent—nostalgic, infinite, powerful, conscious of its frailties and weaknesses. He wants one that looks at us, that returns our gaze, a gaze that reveals us. How do those who know us deeply look at us? Like a mother, motherland–like oneself?
It is a theatre from Orson Welles; from The Lady from Shanghai; the room of mirrors that reveals who the assassin is. A theatre at the scale of one person and of a multitude, and, while it reflects us, it also envelops us. What does this complicit, complacent theatre mean? We know about the theatre as space, the theatre as place, the theatre as concept, the theatre as medium, but this personified theatre is novel. A theatre that not only thrills others but becomes thrilled itself. A theatre that could go into the street and submit its body, pregnant with the present and ready to birth a new and urgent future.
Nos preguntan cómo el teatro haría a Chile. Y yo, que tiendo a pensar teatralmente, me pregunto:
¿Cómo sería Chile si fuera un teatro?
Si de mí dependiera, sería un teatro de carne, donde viéramos a nuestros habitantes representados sobre el escenario. Sería un teatro de imagen, donde fuera posible vernos en nuestra obscena diversidad. Un teatro de verbo, donde la poesía y el pensamiento se juntaran cochinamente con la chuchada. Un teatro que nos mirara a la cara. O de reojo, como nos vemos en el metro o en la calle. Un teatro que nos ofreciera un espejo. Un teatro mirón que fuera —a veces— como mirar por el ojo de la cerradura. Un teatro exhibicionista, que fuera como empelotarnos frente a una ventana abierta (pero jugando a que nadie nos ve). Un teatro espectacular, lleno del ruido de nuestras ciudades, de nuestras estridentes y tiernas canciones, de nuestro acogedor y destructivo fuego. Un teatro íntimo, silencioso, pero nunca muerto, nunca quieto. (Qué lata más grande ser el teatro muerto de un país muerto.) Un teatro —siempre, siempre, siempre— narrativo. Un teatro que amara las historias de la patria. Pero que le importe una raja la noción —siempre ficticia, siempre ridícula, siempre humillada y humillante— de La Patria. Un teatro que no fuera literatura, pero que incluya a la literatura. Un teatro que cobijara, desde el inicio hasta el apagón final, a nuestro irremediable, contínuo, sucio, erróneo y luminoso presente.
Si estuviera en mis manos, Chile sería un teatro de tradición, pero que fuera lo suficientemente atrevido para romper —y dialogar, cariñosamente— con esa tradición. Sería un teatro de caminos nuevos, pero nunca cancelados. Sería un teatro que mirara fuera de las fronteras. Que las rompiera o las diluyera. Que hiciera teatro como se podría hacer en Nueva York u Oruro o Tanzania, pero que nunca lograra salir —realmente, como una maldición— del horroroso Chile.
Si pudiera construir a Chile como un teatro, sería un teatro para el público. Un teatro con el público. Un teatro de comunidad, pero nunca complaciente con la comunidad. Un teatro valiente, aunque la única valentía fuera no ser cobarde.
Si Chile fuera un teatro, me gustaría que fuera un teatro con todos los medios posibles. Pero en el que la pobreza y la precariedad fuera parte de la riqueza. Aunque se tuviera todo. (El exhibicionismo de los recursos como un pecado capital. En cualquiera de los mundos.)
Si Chile fuera teatro, lucharía porque fuera un teatro hecho con las ventanas abiertas, con la tele prendida, con las antenas paradas. Con el ruido de la calle entrando en su creación, en su proyección, pero siempre en silencio una vez iniciada la función. (Si Chile fuera un teatro, ¡los celulares estarían prohibidos una vez iniciada la función!)
Si Chile fuera un teatro, amaría que fuera un teatro accesible, pero a la vez sustentable para el que lo ejerce. Sería como debe ser: un teatro urgente. Que nos hablara del pasado o del futuro, pero para hablar del ahora. Un teatro que nos quitara el aliento. Un teatro que nos devolviera el aliento. Un teatro que nos alentara.
Un teatro que fuera intocable, pero que a la vez fuera capaz de tocarnos profundamente. Un teatro que nos pudiéramos llevar para la casa. Pero que siempre fuera un recuerdo —el mejor recuerdo— enriquecido por la memoria.
Si Chile fuera un teatro, me gustaría que fuera como un país. Pero mucho más grande y necesario que cualquier país.
They ask us how the theatre will form Chile. And I, who tend to think theatrically, ask myself: What would Chile be like if it were a theatre?
If it were up to me, it would be a theatre of the flesh, where we would see our population played upon the stage. It would be a theatre of image, where it would be possible to see ourselves in our obscene diversity. A theatre of the word, where poetry and thought join together like pigs wallowing in shit. A theatre that stares us in the face. Or looks at us out of the corner of the eye, the way we see ourselves in the metro or on the street. A theatre that offers us a mirror. A nosy theatre that would—at times—be like peeking through a keyhole. An exhibitionist theatre, that would be like stripping in front of an open window (while playing at no one being able to see us). A spectacular theatre, full of the noise of our cities, our strident and tender songs, our embracing and destructive fire. An intimate theatre, silent, but never dead, never still. (What a gigantic pain to be the dead theatre of a dead country!) A theatre—always, always, always—narrative. A theatre that loves the country’s stories. But that doesn’t give a damn for the notion—always fictitious, always ridiculous, always humiliating and humiliated—of The Nation. A theatre that wouldn’t be literature, but that includes literature. A theatre that shelters, from its inception to the final blackout, our irredeemable, continuous, dirty, erroneous, and luminous present.
If it were in my hands, Chile would be a theatre of tradition, but it would be sufficiently daring to break—and dialogue, lovingly—with that tradition. It would be a theatre taking new roads, but never cancelled. It would be a theatre that looks beyond borders. That breaks them or dissolves them. That would make theatre like it could be made in New York or Oruro or Tanzania, but would never succeed in leaving—really, like a curse—the horror that is Chile.
If I could build a Chile like a theatre, it would be a theatre for the public. A theatre with the public. A theatre of community, but never complacent with the community. A valiant theatre, although the only bravery would be not being cowardly.
If Chile were a theatre, I would like it to be a theatre with all possible means. But in which poverty and precarity were part of its wealth. Even if it had everything. (The exhibitionism of resources as a capital sin. In whichever world.)
If Chile were a theatre, I would fight for it to be a theatre made with open windows, with the TV on, with the antennae up. With the noise of the street entering its creation, its projection, but always in silence once the show had begun. (If Chile were a theatre, cell phones would be prohibited once the show had begun!)
If Chile were a theatre, I would love for it to be an accessible theatre, but sustainable for those who practice it. It would be as it should be: an urgent theatre. Let it talk to us of the past or the future, but in order to talk about now. A theatre that would take our breath away. A theatre that would give us back our breath. A theatre of inspiration.
A theatre that would be untouchable, but capable of touching us deeply at the same time. A theatre we could take home. But would always be a memento—the best memento—enriched by memory.
If Chile were a theatre, I would like it to be like a country. But much larger and necessary than any country.